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domingo, 23 de septiembre de 2012

Literatura española. Siglo XIX. Realismo





EL REALISMO
Mientras las tendencias románticas van declinando, a mediados de siglo se impone en Europa una nueva orientación literaria procedente de Francia: el Realismo. Triunfa esta escuela hacia 1850, desarrollando gérmenes ya existentes en el Romanticismo y, sobre todo, en el costumbrismo, que, como sabemos, describe la realidad pintoresca contemporánea. El Realismo surge cuando la mirada se aparta de lo imaginativo o de lo costumbrista, y se contemplan objetivamente personas, acciones y ambientes contemporáneos. El gran novelista francés Honoré de Balzac (1799-1850) es quien lo hace triunfar, pues su ejemplo es seguido en todas partes; por influjo suyo, la novela se propuso un fin moral y social. Esta finalidad del Realismo, haciéndose casi exclusiva, condujo enseguida al Naturalismo.
Este término se especializó para designar una escuela cuyo maestro y definidor fue el francés Émile Zola (1840-1902). Se apoya en las varias conquistas que definen el espíritu moderno: la democracia, los métodos experimentales (Claude Bernard) y las teorías sobre la herencia (Darwin). Y así, Zola busca la razón de los problemas sociales en el ambiente, y la de los individuos, en la herencia biológica. De esta manera, el Naturalismo postula una concepción materialista y determinista de las personas, moralmente irresponsables, pues resultan del ambiente y de la herencia. Si el escritor realista es notario de lo que sucede, el naturalista obra como un juez de instrucción que investiga los antecedentes y las causas. Zola profesaba una ideología socialista; y abundan entre sus personajes los tarados, alcohólicos y psicópatas inculpables.


EL NATURALISMO
En España, el Realismo triunfó con facilidad (existía el precedente de las novelas picarescas y del Quijote), y alcanzó su plenitud en la segunda mitad del siglo XIX (Valera, Pereda, Galdós), aunque sin someterse rigurosamente a los cánones de la escuela fijados por Balzac y otros maestros franceses.
En Galdós, y luego en “Clarín”, la Pardo Bazán y Blasco Ibáñez hay claras resonancias naturalistas, pero sin los fundamentos científicos y experimentales que quiso imprimir Zola a su labor. Comparten con él, sólo, el espíritu de lucha contra la ideología tradicional y, en algunos casos, su gesto subversivo.
La novela de todo este período, con su Realismo o su especial Naturalismo, se centra preferentemente en ambientes regionales; así en Valera (Andalucía), Pereda (Cantabria), la condesa de Pardo Bazán (Galicia); “Clarín” (Asturias), Blasco Ibáñez (Valencia). Galdós, excepcional en todo, es el único que prefiere el ambiente urbano madrileño.


COMIENZOS DEL REALISMO
Cecilia Böhl de Faber (Morgues, Suiza, 1796 - Sevilla, 1879), que popularizaría el seudónimo de «Fernán Caballero», es autora de abundantes narraciones breves y novelas, casi todas de costumbres, localizadas en Cádiz y Sevilla. Quiso aclimatar en España la novela de costumbres contemporáneas, si bien las presentó de un modo superficial y edulcorado. Su novela principal es La Gaviota, entretenida y graciosa, cuya humilde protagonista se casa con un médico alemán, triunfa como cantante, ama a un torero y ha de regresar, ya fracasada, a su pueblo. Doña Cecilia logró lo que Mesonero no pudo: pasar del costumbrismo a la novela contemporánea, es decir, no histórica.


PEDRO ANTONIO DE ALARCÓN
De Guadix (Granada, 1833); abandonó sus estudios eclesiásticos, con una actitud anticlerical y antidinástica; evolucionó después hacia ideas católicas y conservadoras. Peleó heroicamente en Marruecos y contó sus experiencias en el Diario de un testigo de la guerra de África. Murió en Madrid (1891).
Alarcón destaca por sus cuentos y relatos breves, aún románticos, y por alguna novela extensa. De sus cuentos, posee gran atractivo El clavo, entre policíaco y sentimental. Son importantes las Historietas nacionales, como El afrancesado o El carbonero alcalde. Pero su relato más famoso es El sombrero de tres picos (1874), pieza maestra de la narrativa española, que desarrolla, edulcorado, un tema tradicional: el viejo y libertino Corregidor de Guadix, pretende a una honesta molinera, mientras el molinero, creyéndose burlado, acude a tomar venganza en la Corregidora. Los personajes están sobriamente tratados y el texto inspiró al maestro Falla su célebre ballet (1919).
Escribió además tres novelas de exaltado romanticismo, llenas de lances apasionados: El escándalo, El niño de la bola y La pródiga. Pero tratan de asuntos contemporáneos y sostienen una tesis moral como hacían los realistas. Es, pues, un escritor de encrucijada.


JUAN VALERA
De familia aristocrática, nació en Cabra (Córdoba), en 1824. Desempeñó misiones diplomáticas en varios países, y ocupó importantes cargos políticos. En 1873, casi cincuentón, inició su fulgurante carrera de novelista. Aquejado de ceguera progresiva, murió en Madrid, en 1915, rodeado de general respeto.
Desde muy temprano, fue hostil tanto al Romanticismo, por sus extremos, como al Realismo, porque imponía trabas a la fantasía. Su espíritu libre, desenfadado y elegante sustenta un ideal de literatura bella, y realista solo en cuanto elige ambientes reales -su Andalucía natal muchas veces- y personajes verosímiles; pero desdeña los aspectos menos atrayentes de la realidad, tan gratos a los naturalistas y hasta a algunos realistas.


SUS OBRAS
Escribió poesías de gusto clásico e innumerables artículos sobre temas literarios, filosóficos y políticos, que acreditan su cultura y su agudeza. Pero debe su fama a las novelas; la primera de ellas fue Pepita Jiménez (1874), escrita en gran parte en forma epistolar y con muestras de verdadero ingenio: en tal relato, una viudita se pone de acuerdo con el padre de un seminarista para apartarlo de su falsa vocación.
Obras maestras son Doña Luz (otra vez los problemas de la vocación religiosa) y Juanita la Larga. La segunda narra el idilio conmovedor y luminoso de un cincuentón, don Paco, y de la protagonista, muchacha de vil origen, que desea redimirse de él por un honrado matrimonio.
Valera fue liberal en política y escéptico en religión; fustiga el fanatismo, el seudomisticismo, cualquier tipo de tortura espiritual, para preconizar, con gesto jovial y semipagano, el triunfo del amor y de la vida. Empleó una lengua literaria sencilla, aunque no vulgar. Cuando muere Valera, los escritores del 98 han aparecido en la escena literaria española y lo respetan. Hoy se le considera como el mejor prosista del siglo XIX, aunque se reconozca la superioridad creadora de Galdós.



JOSÉ MARÍA DE PEREDA
Perteneciente a una familia hidalga, José María de Pereda nació en Polanco (Santander), en 1833. Viajó por el extranjero y fue diputado carlista, pero luego dedicó la vida al cultivo de sus tierras y de la literatura. Murió en su pueblo natal, en 1906. Contó con amigos entrañables como Galdós, tan opuesto a él ideológicamente.
Se inició en las letras como costumbrista; inclinado al realismo, con grandes dotes de observación, bella prosa (Escenas montañesas) y artículos de costumbres que reúne en libros como Tipos y paisajes, Bocetos al temple. Pronto encontrará su fórmula novelística, al insertar su anterior costumbrismo, en una visión enamorada del paisaje y de las gentes montañesas, con sus pasiones y con su lenguaje. En sus primeras novelas de este tipo, llamado novela idilio, suele enfrentar la paz y la santa ignorancia de aquellos rústicos con las asechanzas políticas e impías de la vida moderna (Don Gonzalo González de la Gonzalera y De tal palo tal astilla). Defiende así unas tesis que muy pocos aceptarían hoy.
La novela idilio llega a una segunda y definitiva etapa, al abandonar Pereda la defensa explícita de ninguna tesis. Pertenecen a esta segunda época relatos como Sotíleza (verdadera epopeya de los pescadores cántabros), La puchera, y una obra maestra, Peñas arriba (1895), emocionada evocación de Tudanca, de sus gentes sencillas y de sus virtudes ancestrales, que acaban conquistando a Marcelo, un joven que había ido de Madrid para pasar unas semanas.
Solo un gran escritor del momento, Valera, se le mostró hostil; el localismo a ultranza del montañés, su tono digno de hidalgo local, su seguridad moral, resultaban poco gratos a aquel mundano y escéptico diplomático. El bucolismo contemplativo y el casticismo de su estilo lo hacen parecer hoy anticuado. Ello no obstante, Pereda es un extraordinario escritor, dotado de gran capacidad descriptiva y épica.


BENITO PÉREZ GALDÓS
Este genial novelista nació en Las Palmas de Gran Canaria, en 1843. Estudió leyes en Madrid, donde conoció intensamente la vida de la Corte. En París, descubre las novelas de Balzac, y queda deslumbrado. Se define pronto como progresista y anticlerical, lo que no impide que el gran polígrafo Menéndez Pelayo y Pereda, ambos de ideología bien diferente, sean sus mejores amigos. Se declaró republicano, pero, poco a poco, su radicalismo fue templándose. Alfonso XIII y él se dispensaron mutua simpatía personal. Desde 1910, va perdiendo la vista; y está arruinado, por los gastos excesivos que le origina su desarreglada vida íntima. Se pide para él el premio Nobel, pero -el hecho escalofría- media España, y la Academia con ella, se oponen a su concesión; de nada valió que lo defendieran altos dignatarios eclesiásticos. Murió, ciego, en Madrid, en 1920.


Los Episodios Nacionales
La obra de Galdós es muy abundante; comencemos su enumeración por los Episodios Nacionales, distribuidos en cinco series, con un total de cuarenta y seis tomos. Frente a la novela histórica y a las también románticas Historietas de Alarcón (anécdotas, narraciones breves y fugaces), los Episodios galdosianos constituyen un friso gigante de la historia española contemporánea, entre la guerra de la Independencia y la Restauración, con una leve trama imaginativa que sustenta los hechos, pero investigados por Galdós conforme a las exigencias del Realismo.
En la primera serie (1873-1875), figuran los episodios Trafalgar, Bailén, Zaragoza y Gerona. En casi todos ellos, el protagonista es el joven Gabriel Araceli, que vive los momentos culminantes de la guerra de la Independencia. De series posteriores son El equipaje del rey José, Los cien mil hijos de San Luis, Zumalacárregui (dedicado a la primera guerra carlista), Prim, La de los tristes destinos (sobre Isabel II). La última serie, con hechos vividos por el propio Galdós, quedó inacabada y es más descuidada, pero su interés es máximo.
En su primera época (1867-1878), Galdós, escribe comprometidamente contra la intolerancia, el fanatismo y la hipocresía. Sus novelas enfrentan a un joven técnico con el cerrado y hostil ambiente de una pequeña ciudad. Y lo hace con una intolerancia parecida a la que condena. (Doña Perfecta, Gloria y La familia de León Roch). En este grupo, aunque carece de tesis, figura Marianela, idilio trágico entre un ciego y una muchacha fea e ignorante, que huye cuando su amado recobra la vista, temerosa de mostrarle su pobre aspecto, y muere cuando él se casa con otra mujer.
Entre 1881 y 1915, publicó Galdós veinticuatro novelas cuyo conjunto constituye una especie de “comedia humana” de la vida madrileña de la época. Mantienen también tesis progresistas, pero con aristas menos cortantes. Su interés se desplaza hacia aquel censo enorme de seres humanos, contemplados con exactitud, ternura y melancolía. Un profundo amor a los que sufren, un tono de queja más que de protesta, confieren a estas obras un valor excepcional. Es un “realista de almas”, un buceador incansable en las conciencias. En este conjunto memorable, destacan las siguientes novelas: La de Bringas (envidia y ambición en el extraño mundo de burócratas y nobles arruinados que habitaba los altos del Palacio Real); Fortunata y Jacinta, su obra maestra, y máxima en la literatura de todos los tiempos. En un ambiente madrileño y castizo, Galdós presenta a estas dos inolvidables mujeres que simbolizan, respectivamente, la pasión ardiente y el tranquilo amor conyugal, ambas con idéntica fuerza. Miau, dramática visión de la sufrida burocracia de la época. Torquemada en la hoguera, estudio estremecedor de la avaricia. Misericordia, por fin la novela de la caridad, con personajes de bajos fondos y proletariado ínfimo.


Obras dramáticas
Acuciado por afanes de reforma y necesidades económicas, Galdós inició, muy tarde, en 1892, su carrera de autor dramático. Entre sus obras, destacan  La loca de la casa, La de San Quintín, Electra (cuyo estreno produjo una conmoción social) y El abuelo.  Se caracteriza el teatro de Galdós por su sinceridad e inconformismo; pero su lenguaje teatral resulta hoy anticuado.


Estilo de Galdós
El éxito de los Episodios, de muchas novelas y obras dramáticas de Galdós fue absoluto. Los grandes escritores y críticos de su tiempo proclamaron su genio. Aunque su constante compromiso en lo religioso, en lo político y en lo social, levantó contra él temibles adversarios. Los escritores del 98 recibieron su influjo, pero se rebelaron contra su "ramplonería” (Valle-Inclán lo llamó "don Benito el garbancero”), sin percibir que lo verdaderamente ramplón era la vida que describía. Nunca ha perdido el favor del público, y lo leían con admiración García Lorca y Aleixandre cuando estaba de moda -en el apogeo del arte puro- menospreciarlo. El entusiasmo por Galdós ha aumentado a partir de 1939, hoy su vigencia es total: es, tras Cervantes, nuestro primer novelista y, sin duda, uno de los mayores novelistas del mundo.


Apogeo de la novela en los finales del XIX
El apogeo de la novela, en la segunda mitad del siglo XIX, se debe al éxito de los escritores ya estudiados. Pero a él contribuye también una segunda promoción de escritores nacidos algo más tarde, que imitan su ejemplo y se mueven dentro de las coordenadas realistas y naturalistas. Su obra ya ha terminado, o está ya en su fase declinante, cuando surge la generación del 98, que inaugura la etapa propiamente contemporánea de la literatura española.


EMILIA OARDO BAZÁN
Hija única de los condes de Pardo Bazán, nació en A Coruña, en 1851. A los diecisiete años, contrajo matrimonio y se instaló en Madrid. Mujer muy culta, viajó mucho y se creó para ella una cátedra de Literatura en la Universidad de Madrid. Murió en esta ciudad, en 1921.
Publicó incansablemente libros y monografías sobre los escritores españoles y extranjeros. Entre sus estudios sobre la actualidad literaria, destaca La cuestión palpitante: aunque en él no acepta el materialismo naturalista, afirma su decidida actitud realista, y disiente de quienes sostienen que el mal sólo puede aparecer en la literatura para ser vencido.
Su pluma, gobernada por un pulso que parece varonil, ahonda en problemas y situaciones difíciles, con una audacia no usada hasta entonces, y alcanza su cumbre en los centenares de cuentos que publicó, como los reunidos en Cuentos de Marineda. Y·entre sus novelas breves, género que le da lugar preeminente en las letras españolas destacan: Bucólica, La dama joven, Belcebú,...
Pero su talento deslumbra en novelas como Un viaje de novios, que narra la aventura matrimonial de un hombre maduro y una joven inculta y rica; o La tribuna, la más naturalista de sus obras, donde describe con crudeza la vida proletaria en una fábrica de tabacos. Los pazos de Ulloa y La madre Naturaleza forman un inolvidable conjunto novelesco, un gran friso de costumbres, paisajes y personajes gallegos, con trama apasionada y, a veces, violenta.
La condesa, que censuraba a Zola y a Pereda, por la abundancia de descripciones, cayó en ese defecto. Pero resulta insuperable en la descripción de tipos plebeyos y de señoritos semifeudales, en un ambiente galaico perfectamente captado.


LUIS COLOMA S.I.
Este jesuita jerezano (1851-1915), cultivó la literatura con gran éxito entre el público lector. Escribió dos célebres novelas: Pequeñeces y Boy. En la primera, hace una acerba crítica de la alta sociedad madrileña en los años precedentes a la Restauración monárquica (1874) en la persona de Alfonso XII, hijo de la destronada Isabel II; después, solo publicó narraciones de fondo histórico, como Jeromín, sobre don Juan de Austria. Poseyó el don de la amenidad, cualidad sobresaliente en toda empresa de literatura moral como fue la suya.


LEOPOLDO ALAS “CLARÍN”
Aunque nacido en Zamora (1852), se sintió siempre profundamente asturiano. Estudió Derecho en Oviedo, y el doctorado en Madrid, donde perdió la fe; vivirá, a partir de entonces, en permanente conflicto espiritual, del que da testimonio su obra. A los veintitrés años, usó en sus escritos el seudónimo de “Clarín”. Catedrático de la Universidad de Oviedo (1883), profesó ideas republicanas; pero le hastió pronto la política. En 1892, una crisis de conciencia le devuelve la fe, aunque no dentro de la ortodoxia católica. Murió en Oviedo en 1901.
Gozó Alas de un prestigio omnímodo como crítico literario. Sus artículos muestran un sólido conocimiento, una rectitud de juicio -expresada a veces con hiriente sarcasmo- y un gran respeto a los valores verdaderos. Estos artículos críticos, que le dieron una temida autoridad en el mundo literario, fueron recogidos por el autor en volúmenes como Solos de Clarín y Paliques.
Fue maestro del cuento y de la novela breve; publicó más de setenta obritas de este género. Entre los primeros que compuso, se cuenta Pipá (1879), la trágica y tierna historia de un pillete ovetense. Admirable y célebre es también Adiós, Cordera, idilio dramático de calidad clásica. Pero es fundamentalmente el novelista quien interesa hoy en grado sumo. Y ello por las dos únicas novelas que escribió: La Regenta y Su único hijo.
La primera (1885) es la más importante. En sus páginas, realiza una disección física y moral de Vetusta (nombre disimulado de Oviedo) como prototipo de una ciudad española, encerrada en un tradicionalismo fósil y coactivo. Alas utilizó una técnica naturalista; pero no pintó, como Zola, ambientes sórdidos -la acción transcurre en medios burgueses-, y el pesimismo aparece templado por rasgos inconfundibles de ternura e ironía. En ella se debaten unas conciencias, en pugna con su deber y con el ambiente, dando una imagen de su ciudad que los ovetenses creyeron intolerable. Fue inmediatamente condenada por la autoridad eclesiástica, aunque, con el tiempo, el obispo y el novelista llegaron a trabar franca amistad. Y hoy se considera La Regenta como una cumbre de nuestra novela, a la altura, por ejemplo, de Fortunata y Jacinta (1885), de Galdós.


ARMANDO PALACIO VALDÉS
También asturiano (1853-1938) y gran amigo de "Clarín", compuso varias novelas importantes. Así, Marta y María, las dos hermanas bíblicas trasladadas a un ambiente contemporáneo, que combate el falso misticismo. En José describe idílicamente la vida de unos pescadores asturianos. Riverita y Maximina constituyen una excelente visión de la vida madrileña. Pero la más popular de sus obras es La hermana San Sulpicio, donde narra las peripecias que anteceden al matrimonio de un médico gallego y de la protagonista, monja sin vocación, que no renueva sus votos. Importancia especial tiene La aldea perdida, evocación dramática de un pueblo degradado por la explotación minera. Palacio Valdés es un escritor templado y grato, pero le faltan la poesía recia que late en Pereda y el vigor de su paisano "Clarín".


VICENTE BLASCO IBÁÑEZ
Nacido en Valencia (1867), defendió ideas republicanas radicales por las que sufrió arrestos y destierros. Fue diputado en siete legislaturas. En 1909 marchó a Argentina para hacer fortuna, pero fracasó. Defendió a los aliados, durante la guerra europea (1914-1918); con ese fondo, escribió la novela Los cuatro jinetes del Apocalipsis, que fue un éxito mundial. Hace vida de millonario cosmopolita y sus relatos son llevados al cine en Hollywood. Muere en la Costa Azul (Mentan), en 1923. Sus restos, trasladados a Valencia en 1933, fueron recibidos triunfalmente.
La producción novelesca de Blasco es enorme; en ella destacan las obras ambientadas en Valencia o en su provincia, hermosa tierra intensamente amada por el autor (Arroz y tartana, La barraca, Entre naranjos, Cañas y barro). Desarrolló sus ideas políticas, sociales o antirreligiosas en La catedral o La bodega; pero la obra que más fama le dio fue, como hemos dicho, Los cuatro jinetes del Apocalipsis, sobre dramas familiares anejos a la Guerra Europea.
Sin duda, el mejor Blasco Ibáñez es el de inspiración valenciana. Se le ha llamado el Zola español porque comparte con el novelista galo una parecida actitud subversiva, una cierta predilección por ambientes sórdidos, preocupación por la herencia biológica, similar crudeza en los temas... Escribe arrebatadamente, y su estilo es a menudo basto, aunque en él no faltan imágenes de gran fuerza plástica. Por edad, pudo haber pertenecido al grupo del 98; pero su espíritu atropellado y mundano dista del ascetismo y de la cultura de estos escritores. Fue una fuerza impetuosa, un ejemplo alucinante de energía y de capacidad para el triunfo.



EL TEATRO REALISTA
La comedia y el drama realistas
Durante la segunda mitad del siglo XIX, aunque se siguen representando dramas románticos, los nuevos escritores reciben el influjo del Realismo y hasta del Naturalismo. La comedia de Bretón de los Herreros, neoclásica y superficialmente graciosa, deja paso al teatro de López de Ayala y de Tamayo, donde se dramatizan problemas contemporáneos. Ambos conducen el teatro hacia la modernidad, y son precedentes claros de Benavente. Echegaray turba esta línea de progreso en el camino del Realismo, con su neorromanticismo gesticulante y convulso. Ayala escribió sus obras en verso; Tamayo y Echegaray, indistintamente en verso o en prosa. El Realismo no tuvo en el teatro, ni de lejos, la altura excelsa que alcanzó la novela. Ni un solo dramaturgo hay comparable a lo que, en la novela, fueron Valera, Pereda, Galdós y “Clarín”.


ABELARDO LÓPEZ DE AYALA
Nacido en Guadalcanal (Sevilla), este dramaturgo (1828-1878), como tantos escritores de la época, participó intensamente en política, primero moderado, y después liberal. Cuando murió en Madrid, era presidente del Congreso.
Se observa bien en su obra la transición del Romanticismo al Realismo. Efectivamente, sus primeros dramas desarrollan temas históricos; así, Un hombre de Estado, sobre don Rodrigo Calderón, en que no se limita a provocar emoción, sino a presentar enseñanzas al modo realista. En este caso concreto, dice que los deseos deben satisfacerse sin violencia ni alterar el sosiego.
Sus obras mejores son ya claramente realistas; en El tanto por ciento, satiriza la excesiva afición al dinero, y afirma la primacía del amor. El tejado de vidrio y El nuevo don Juan defienden la institución matrimonial. Son comedias bien meditadas, lejos de la improvisación romántica, desarrolladas en tono menor y grato. Lo peor es su ideología, reflejo de la de una sociedad bastante vulgar, cuyo ideal sumo era vivir tranquila. Los dramas de Ayala constituyen un eslabón sólido en la historia de nuestro teatro; pero sumamente alejado de nosotros.


MANUEL TAMAYO Y BAUS
De familia de actores, el madrileño Tamayo y Baus (1829-1898) fue director de la Biblioteca Nacional y, en política, conservador. También comienza con dramas como Ángela, de apariencia romántica y fin didáctico, pues estos nuevos autores aspiran a modificar la sociedad –objetivo, como sabemos, del Realismo-. Escribió después un brillante y popular drama histórico en prosa, La locura de amor, sobre la pasión que a doña Juana la Loca inspiró la muerte de su esposo don Felipe el Hermoso. Y entra, por fin, en los temas de asunto contemporáneo y sátira social con Un drama nuevo (1867), en que un actor mata realmente a su rival cuando estaba representando con él una escena en que el argumento requería tal muerte. Tamayo es poco relevante cuando se preocupa de moralizar, pero es el primer dramaturgo de su época, cuando lo guía una intención simplemente estética, como ocurre en La locura de amor y en Un drama nuevo.



JOSÉ DE ECHEGARAY
Nació en Madrid, en 1832. Ingeniero de caminos, en política fue, sucesivamente, liberal, republicano y partidario de la Restauración. Desempeñó los ministerios de Fomento y de Hacienda, y creó el Banco de España. En 1904, recibió el premio Nobel, compartido con el poeta provenzal Mistral. Al homenaje nacional que recibió, se opusieron los escritores jóvenes -“Azorín”, Baroja, Unamuno, Rubén Darío, los Machado, etc.-, firmando un vigoroso manifiesto. Murió en Madrid, en 1916.
Su mente es la de un matemático que planea el drama como un problema de efecto. Idea siempre desde la situación final, e inventa los precedentes que desembocan patéticamente en él. Sacude al espectador con múltiples emociones violentas, aunque las situaciones no se justifiquen. Muchas de sus obras tratan del honor ultrajado y de su venganza. Entre sus personajes no faltan los seres patológicos y degenerados, conforme al gusto naturalista. Y los diálogos requieren ser declamados a grito pelado, con muchas exclamaciones y horribles lamentos: todo absolutamente falso. Obtuvo enorme éxito con dramas como, A fuerza de arrastrarse, El gran galeoto, O locura o santidad. En esta última, por ejemplo, el protagonista, cuya fortuna se debe a un engaño que cometió su madre; decide devolvérsela a los legítimos dueños, pero sus herederos consiguen declararlo loco y encerrarlo en un manicomio.
Echegaray triunfó ante una sociedad adormecida, que acudía a buscar estímulos emotivos en sus melodramas, extraña combinación de positivismo moral y de romanticismo huracanado. No le faltaban condiciones de dramaturgo, pero creyó más en lo gritado que en lo susurrado. Hoy, aun leídos con la mejor buena fe, los dramas de Echegaray suelen producir un chocante efecto cómico. Su personalidad de triunfador -literatura, ingeniería, finanzas y política- revela, con todo, una inteligencia superior a su obra.


El género chico
Mientras la burguesía aplaude los falsos dramas de Echegaray, y, en Madrid y Barcelona, asiste a la ópera, las clases populares gozan, a fines de siglo, de un teatro que, en su conjunto, recibe el nombre de género chico. Lo integran sainetes, normalmente breves, con música o sin ella, que reflejan ambientes del pueblo bajo madrileño y, a veces, andaluz. Proceden del costumbrismo y suelen presentar una sencilla anécdota de amores y celos, con personajes pintorescos, fuerte color local y diálogo chispeante.
En su conjunto, el género chico -son centenares de obras, que sólo muestran una visión optimista y parcial de la realidad- constituye lo más auténtico y valioso del teatro de fines del XIX, heredero de los entremeses y pasos de siglos anteriores. Entre sus autores más destacados figuran Ricardo de la Vega, autor de La verbena de la Paloma (1894), con música de Tomás Bretón, que Ortega y Gasset calificó de genial. Miguel Ramos Carrión, autor con el maestro Chueca de una pieza maestra: Agua, azucarillos y aguardiente (1897). A José López Silva y a Carlos Fernández Shaw se debe La Revoltosa (1897), con música inspiradísima de Chapí. Y Felipe Pérez y González escribió La Gran Vía, inmortal por la partitura de Chueca y Valverde.
El género chico se prolonga, dentro del siglo XX, con muchos sainetes de Arniches y de los hermanos Álvarez Quintero, que, partiendo de él, le dan mayores dimensiones y más amplio contenido. Con todo, ningún sainetero en nuestro siglo ha logrado superar la gracia y la lozanía de las obras citadas, con la feliz cooperación entre letra y música.


LA POESÍA EN LA ÉPOCA REALISTA

La poesía posromántica
El triunfo del objetivismo en la novela, hacia mediados del siglo, va acompañado de una evolución coincidente del teatro y de la lírica. Es el momento de la sociedad burguesa que consolidará la Restauración, fundada en supuestos bien poco idealistas, y que acepta la poesía, si es fácil, como un objeto de consumo útil. Los líricos de esta época son, por lo general, personas de gran relieve social, que cultivan las letras como ocasión de lucimiento. El poeta escribe piropos en los abanicos de las damas, rima pensamientos bien recibidos en sociedad, y, de vez en cuando, para merecer alabanzas, se lanza a componer poemas extensos que re cubren una casi completa oquedad. Se instaura así el prosaísmo poético, cuyos representantes máximos son Campoamor y Núñez de Arce.
Sin embargo, quedan aún rescoldos del Romanticismo, y, en medio de un clima adverso, dos seres auténticos y desgraciados, Bécquer y Rosalía de Castro, creaban dos altas llamaradas de lirismo, con tonalidades nuevas, espirituales e íntimas, distantes tanto de Campoamor como de Espronceda o Zorrilla. Por supuesto, no fueron estimados en su época.


RAMÓN DE CAMPOAMOR
Nació en Navia (Asturias), en 1817. Empezó estudios de Medicina, que no concluyó. Perteneció al partido moderado, y fue gobernador y diputado. Gozó de un prestigio absoluto como escritor. Murió en Madrid (1901).
Contrasta la ramplonería de sus versos con la coherente y sólida doctrina que expuso en su libro Poética, donde combate por igual el "arte por el arte” postulado por Valera y el "arte de tesis”: quiere llegar al "arte por la idea”. Y así, el poema constará de ritmo, rima, concepto e imágenes; tendrá un argumento que se pueda contar, si bien, tanto como él importará el modo de contarlo; de ese modo habrá equilibrio entre fondo y forma.
Intenta realizar tales ideas en las Humoradas, las Doloras y en los Pequeños poemas. Las humoradas son poemillas breves, escritos para álbumes y abanicos de sus amigas, que contienen un "pensamiento” como este:
En este mundo traidor
nada es verdad ni mentira;
todo es según el color
del cristal con que se mira.
Las doloras acentúan la pretensión filosófica, y poseen mayor extensión; hay en ellas, incluso, un pequeño argumento, como ocurre con ¡Quién supiera escribir! y El gaitero de Gijón. Por fin, en los treinta y un pequeños poemas, Campoamor expone lindas trivialidades sobre el alma femenina (El tren expreso). Al margen de estas, que son las poesías más celebradas de Campoamor, compuso poemas extensos, hoy literalmente ilegibles, y dramas, como Cuerdos y locos, que desarrolla la pedestre idea de que los locos son a veces los verdaderos sensatos, y viceversa.
El prestigio de Campoamor fue total hasta finales de siglo. Pero su poesía quedó arrumbada por el Modernismo, y pasó a ser símbolo de la antipoesía, con sus vulgares pensamientos arropados en ripios sin cuento.



GASPAR NÚÑEZ DE ARCE
Vallisoletano (1834), mantuvo una intensa actividad política. Fue gobernador civil de Barcelona, diputado y ministro. Murió en Madrid (1903). Escribió algunas obras de teatro, entre las que destaca El haz de leña, sobre la muerte del príncipe don Carlos, hijo de Felipe II, sencilla y cuidada, pero mediocre al fin.
Su personalidad se afirma especialmente en los poemas, ambiciosos, robustos, bien cuidados de forma, aunque sin mucha poesía. Así, La última meditación de lord Byron, largo y prolijo soliloquio, de setenta y seis octavas, sobre las miserias del mundo, la política, la existencia de Dios, etc. En La visión de Fray Martín, presenta a Lutero contemplando, desde una roca, las naciones que han de seguirle, etc. Muy escaso es también el crédito que hoy se concede a la poesía de este escritor; compuso, con todo, algunos poemas breves que permiten atisbar excelentes cualidades desaprovechadas por su afán de ser trascendente y retórico.


GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER
Este gran poeta nació en Sevilla en 1836. Sus apellidos fueron Domínguez Bastida, pero firmó con el segundo de su padre (procedente de Flandes), que fue un estimable pintor sevillano. Quedó pronto huérfano, y fue recogido por parientes. Empezó a estudiar Náutica, sin embargo se frustró su deseo, y quiso ser pintor; pero su verdadera vocación fue la de escritor. A los dieciocho años marchó a Madrid a conquistar la gloria literaria, y pasó increíbles penurias. Colaboró en revistas literarias, trazó ambiciosos proyectos editoriales, y estrenó zarzuelas y comedias intrascendentes. En 1857, contrajo la cruel enfermedad que, años después, lo llevaría a la muerte en plena juventud. Se enamoró de Julia Espí, hija del organista real; pero la amó en silencio. Consigue un cargo público, en el que cesa enseguida, cuando su jefe lo descubre “perdiendo el tiempo” con dibujos y poesías. Amó con pasión a Elisa Guillén, una “dama de rumbo” de Valladolid, que le correspondió, pero rompieron pronto, con intenso dolor del poeta. En 1861, se casa con Casta Esteban, y mantiene su hogar ejerciendo de periodista, con una actitud política conservadora. Obtiene el cargo de censor de novelas, dotado con 500 pesetas mensuales, cifra importante para la época; pero lo pierde en la revolución de septiembre, de 1868. Y se separa de su esposa, cuya fidelidad no es completa. Arrastra una vida bohemia y desilusionada, y viste con absoluto desaseo. En 1870, muere su hermano Valeriano, su compañero inseparable. Se reconcilia con Casta, pocos meses antes de su muerte (1870). El fallecimiento del primer poeta español del siglo pasó casi inadvertido.


Bécquer prosista
Fue Bécquer también un extraordinario prosista. Cuando la prosa está evolucionando dentro del Realismo, hasta hacerse mero instrumento narrativo, él sabe dotarla de cualidades poéticas inolvidables, en las Leyendas, que son veintiocho obritas de gusto romántico, en que predomina el misterio, lo sobrenatural, la presencia del más allá (Maese Pérez, el organista; El Miserere, El rayo de luna); lo exótico, oriental o morisco (El caudillo de las manos rojas); lo religioso o milagrero (El Cristo de la calavera); o lo costumbrista aliado con lo prodigioso (La venta de los gatos).
Escribió también, en prosa, las deliciosas Cartas desde mi celda, conjunto de crónicas compuestas por él durante una estancia de reposo en el monasterio de Veruela, al pie del Moncayo. Y, además, multitud de artículos periodísticos.


Las Rimas
La fama de Bécquer se funda en los setenta y nueve poemas que él llamó rimas, compuestos a lo largo de su vida. Son composiciones breves, de dos, tres o cuatro estrofas (raramente más), por lo general asonantadas, con combinaciones de versos bastante libres. Aparecieron en diversas revistas, entre 1859 y 1871. En 1868, el propio Bécquer las recopiló en un manuscrito que entregó a su protector, el ministro González Bravo; pero desapareció al ser saqueado el domicilio de este en un estallido revolucionario. El poeta, que había empezado otro cuaderno de trabajos literarios, reconstruyó las rimas desaparecidas, y las incluyó al final de dicho cuaderno, que se conserva en la Biblioteca Nacional con el título de Libro de los gorriones. Las Rimas fueron publicadas en libro, al año siguiente de morir su autor, por un grupo de sus amigos.
Se han dividido las Rimas, según sus temas, en cuatro series, dominadas por diversos centros temáticos. La primera serie comprende las rimas I-X, que tratan de la poesía misma. En las rimas siguientes (XI-XXIX), Bécquer se manifiesta como poeta ilusionado del amor, que se hace desengañado en la tercera serie (XXX-LI). La cuarta, que quedó inacabada, reúne poemas de dolor y desesperanza.
El gran poeta sevillano, discurriendo sobre la naturaleza del arte verbal, distingue dos tipos de poesía. Una, dice, es magnífica y sonora; poesía hija de la meditación y el arte, que se engalana con todas las pompas de la lengua (y que vendría a corresponderse con la de Núñez de Arce); y otra, “natural, breve, seca, que brota del alma como una chispa eléctrica, que hiere el sentimiento con una palabra y huye; desnuda de artificio [...]: es un acorde que se arranca de un arpa, y se quedan las cuerdas vibrando con un zumbido armonioso".
Bécquer se adscribe a este segundo tipo de lírica, íntima, sencilla de forma, desnuda de retórica, apta para la lectura emocionada y silenciosa, para la comunicación entrañable entre poeta y lector. En él culmina un movimiento en esa orientación que se produce en los comienzos de la época realista, como reacción contra la opulenta poesía vigente (los líricos prebecquerianos que sufren el influjo del alemán Heine). Nuestro poeta imitó a este poeta alemán -y a otros-, pero haciendo algo tan distinto y personal, como es distinto el árbol de su semilla.


He aquí, como muestra, una rima y su fuente (en este caso, un poema de su amigo heineano Augusto Ferrán).

FERRÁN
Los mundos que me rodean
son los que menos me extrañan;
el que me tiene asombrado
es el mundo de mi alma.
5  Yo me asomé a un precipicio
por ver lo que había dentro,
y estaba tan negro el fondo
que el sol me hizo daño luego.

BÉCQUER
Yo me he asomado a las profundas simas
de la tierra y del cielo,
y les he visto el fin o con los ojos,
o con el pensamiento.
Mas, ¡ay!, de un corazón llegué al abismo
y me incliné un momento,
y mi alma y mis ojos se turbaron:
¡tan hondo era y tan negro!



Trascendencia de Bécquer
Con una obra poética muy breve, Bécquer ocupa un puesto de primera importancia en nuestra lírica. Fue poco estimado por sus contemporáneos; Núñez de Arce calificó las Rimas de “suspirillos germánicos”; Campoamor lo menospreciaba. Pero su influjo se produce, pocos años después de su muerte, sobre Juan Ramón ]iménez y Antonio Machado, y penetra pujante en la lírica de nuestro siglo. De Bécquer arranca, en gran medida, nuestra poesía contemporánea.


ROSALÍA DE CASTRO
Natural de Santiago de Compostela (1837); sus padres no estaban casados, y ese fue, tal vez, en aquellos tiempos, uno de los motivos de su incurable amargura. Hacia los once años, comienza a escribir versos. En Madrid, adonde se había trasladado, conoce al historiador gallego Manuel Murguía, con quien contrajo matrimonio. Viven en diversos lugares de Castilla, pero Rosalía, que no siente simpatía por esta región, consigue la instalación definitiva en Galicia (A Coruña, Santiago, Padrón). Su matrimonio no fue feliz, con estrecheces económicas y la necesidad de sacar adelante seis hijos.
Murió de cáncer, en Iria Flavio, término municipal de Padrón, en 1885. Sus restos fueron trasladados a un monumento erigido por suscripción popular, en la iglesia de Santo Domingo, de Santiago, y la población en masa los acompañó en esta ceremonia.


Prosa de Rosalía
Su primer relato fue una novela titulada La hija del mar, romántica, con piratas, locuras y ajusticiamientos. Más atractivo posee El cadiceño, sátira humorística de los gallegos que iban a trabajar a Andalucía, y regresaban con ínfulas de superioridad. Pero su novela más conocida es El caballero de las botas azules, .extenso "cuento extraño”, de intención filosófica y satírica. Las novelas de Rosalía tienen interés, sobre todo, como testimonios de un alma cuyo cauce genial fue la lírica. Pero también por los múltiples méritos de descripción, tema y caracteres que reúnen.


Sus poesías
Sus primeros libros poéticos fueron La flor (1857) y A mi madre (1863), con inconfundibles rasgos románticos, esproncedianos. Pero la gran escritora galaica figura entre nuestros primeros poetas por tres volúmenes de versos, dos ercritos en gallego, Cantares gallegos y Follas novas (Hojas nuevas), y el último en castellano (En las orillas del Sar, 1884).
Los primeros poemas de Cantares gallegos fueron surgiendo durante la estancia de Rosalía en Castilla, a raíz de su matrimonio. Allí, lejos de Galicia, añora su húmeda, verde y bella tierra natal; se siente exiliada, en un ambiente de poca estima de lo gallego que la apesadumbra gravemente. Así van surgiendo estos poemas fragantes, sencillos, con ritmos populares, en los que evoca paisajes, costumbres y gentes de su tierra. Anhela el regreso (Airiños, airiños aires, / airiños da miña terra; / airiños, airiños aires. / airiños, levaime a ela). Y lanza graves requisitorias contra Castilla, la despreciadora, la explotadora de los pobres segadores gallegos (Premita Dios, castellanos, / castellanos que aborrezco, / qu 'antes os gallegos morran / qu 'ir a pedirvos sustento).
En el prólogo de Follas novas, explica Rosalía que, frente a los Cantares gallegos, fruto de días de juventud, este libro es resultado del dolor y del desengaño. Y ya no es la Galicia física y exterior la que canta en la nueva colección poemática, sino su propio sufrimiento, que comparte con sus paisanos. En Follas novas están el alma de Rosalía y la de sus paisanos.
Por último, su magna obra en castellano En las orillas del Sar, es una atormentada confesión de su intimidad, de sus ideas sobre el amor y el dolor, sobre la injusticia humana, sobre la muerte y la eternidad, de exaltado tono religioso. Son poemas breves, con rima asonante y metros amplios.


Significación de Rosalía
No están claras las relaciones poéticas que ligan a Bécquer y a Rosalía. Se habla de influjos mutuos no demostrados; quizá sus relativas afinidades haya que buscarlas en la devoción que ambos sintieron por Heine. Y comparados carece de sentido. Bécquer es más puro, más austero de medios expresivos y su emoción impregna al lector súbitamente. Rosalía ofrece una riqueza temática muy superior, no olvida el dolor ajeno, es sensible a la alegría, a la belleza del paisaje, y sus tonos son más vehementes. En su tiempo, fue poco estimada fuera de Galicia. Fueron los hombres del 98 quienes, en su afanosa búsqueda de valores hispanos, hicieron el gran hallazgo de Rosalía. "Azorín” acusará de estulticia a la crítica por desconocer "a uno de los más delicados, de los más intensos y originales poetas que ha producido España". Y en versos de Antonio Machado se percibe su influjo.


Literatura española. Siglo XIX. Romanticismo





EL MARCO HISTÓRICO
Durante el siglo XIX, España vive uno de los períodos más agitados de su historia.
Se abre el siglo con la guerra de la Independencia y termina con la guerra contra los Estados Unidos y el desastre de 1898. La jefatura del Estado pasa por infinitas vicisitudes. La dinastía, tras los reinados de Fernando VII (1814-1833) y de Isabel II (1833-1868), es derrocada por la revolución de este último año, la “Gloriosa”. Suceden la mediocre regencia de Serrano (1869-1870) y el indeciso reinado de Amadeo I (1871-1873). Se abre después el insatisfactorio paréntesis republicano (1873-1874), al que siguen la jefatura de Serrano (1874) y la Restauración de la dinastía borbónica en la persona de Alfonso XII (1875-1885), hijo de Isabel II. Muerto el rey, su esposa doña María Cristina asume la Regencia, hasta 1912, año en que empieza a reinar su hijo Alfonso XIII.
El reinado de Fernando VII comienza con seis años de rígido absolutismo, continúa con un período liberal (1820-1823) impuesto por el levantamiento del general liberal Riego, que se cierra como consecuencia de la intervención de la Santa Alianza formada por varios países europeos para salvaguardar el absolutismo de los reyes. Durante el reinado de su hija Isabel II, se sucedieron las guerras carlistas que ensangrentaron el país, impidiéndole todo progreso.
La Restauración que sucedió a la primera República comprende los reinados de Alfonso XII y Alfonso XIII (es decir, hasta la proclamación de la segunda República en 1931).


SITUACIÓN ESPAÑOLA
Las tensiones políticas son enormes durante el siglo XIX. Por un lado, las clases conservadoras defienden sus privilegios. Por otro, los liberales y progresistas luchan por abolirlos. El laicismo se abre paso, y goza de gran influjo la masonería. El pensamiento católico tradicional se defiende frente a librepensadores y seguidores del filósofo alemán Krause. Las clases trabajadoras desencadenan movimientos de signo socialista y anarquista, con su cortejo de huelgas y atentados. Mientras Europa va forjando su gran porvenir industrial y cultural, España ofrece el espectáculo de un país inmaduro que trata de asimilar, con demasiada violencia y poca comprensión mutua, el nuevo espíritu europeo. Aún se siente primera potencia, a pesar de haber perdido, en tiempos de Fernando VII, sus territorios americanos. La guerra de 1898 y la pérdida de Cuba y Filipinas, vendrán a sacarla, momentáneamente, de su trágica inconsciencia.
Durante la centuria, el 65 % de la población vive en el campo. Empieza a trazarse la red de ferrocarriles, con capital en su mayor parte extranjero. En 1850 aparecen los primeros sellos de correos. Entre 1854 y 1857, queda instalado el telégrafo. En 1852, se ensaya el alumbrado eléctrico en Barcelona. El esfuerzo industrial es notable, pero no comparable al de los países europeos, que, además, crean o amplían por entonces sus poderosos imperios, mientras perdemos el nuestro.


SITUACIÓN CULTURAL
La situación cultural durante el siglo XIX es ínfima. Una ley de 1857 impone la escolaridad obligatoria entre los seis y los nueve años. Pero, en 1877, tres de cada cuatro españoles eran analfabetos; y aún, en 1901, el 63 % de la población seguía sin saber leer ni escribir. Por último, el censo de 1855 arroja un total de quince millones de habitantes, que pasa a diecinueve millones en 1911.
La cultura española de gran alcance empieza a desarrollarse en la segunda mitad del siglo. Van apareciendo sabios que trabajan aisladamente: el ingeniero y marino cartagenero Isaac Peral (1851-1895), inventor del submarino; el gran histólogo Santiago Ramón y Cajal (1851-1895), que obtuvo el premio Nobel en 1906; el naturalista y biólogo madrileño Ignacio Bolívar (1850-1944); el sabio humanista santanderino Marcelino Menéndez y Pelayo (1856-1912), etc.


LA INSTITUCIÓN LIBRE DE ENSEÑANZA
Fue fundada en Madrid por el catedrático y pensador malagueño Francisco Giner de los Ríos, en 1876, junto con un grupo de profesores universitarios liberales, que, como él, habían sido apartados de la docencia oficial por defender la libertad de cátedra. Con ideas filosóficas de origen alemán, emprendió un decisivo trabajo de modernización cultural de nuestro país, en todos los grados de la enseñanza, defendió la coeducación en los centros escolares y la libertad de cátedra, e impulsó el trabajo riguroso en diversas ramas de las humanidades y de las ciencias, con independencia de las ideas religiosas e ideológicas de sus componentes. Se trataba de influir en la vida social por medio de maestros eficientes y de científicos, muchas de cuyas investigaciones se incorporaron al saber mundial. La Institución -que contó con partidarios decididos y con temibles detractores- promovió entre sus alumnos y partidarios el amor a la Naturaleza, y el equilibrio entre la salud intelectual y física (deporte, excursiones). E impulsó la creación de diversos organismos, que producirían la creciente europeización de España durante el siglo XX, en especial durante la II República, que acogió sus ideales reformadores. Pero desapareció en 1939, al acabar la guerra civil, a consecuencia de la cual muchos de sus miembros tuvieron que exiliarse, y proseguir en América la tarea interrumpida en su país. Con la Institución y sus consecuencias, un pensamiento decididamente moderno se difunde sobre todo entre la burguesía de nuestro país, clase de la cual saldrán los mejores escritores del siglo XX.


LOS MOVIMIENTOS LITERARIOS
Hasta muy entrado el siglo XIX, se mantienen los gustos neoclásicos del siglo anterior. Pero desde fines del XVIII, se observa una reacción contra el racionalismo dieciochesco. Una serie de pensadores y de artistas, en Inglaterra, Alemania y Francia, se preguntan si la pura razón -el gran instrumento dieciochesco, con el cual se intentó codificar el arte, la moral, la política, etc.- puede ser el único método para actuar en el mundo. Por lo pronto, los resultados obtenidos distaban de ser satisfactorios. De esa actitud literaria y cultural que suele denominarse Prerromanticismo, pueden observarse rasgos en autores tan dieciochescos como Cadalso (Noches lúgubres) o Jovellanos (El delincuente honrado); y en poetas como Álvarez de Cienfuegos, Maury, etc.
• En el XIX, estalla con fuerza la gran revolución del Romanticismo, en pugna con las actitudes neoclásicas que muchos defienden aún; afirma los derechos de la fantasía, de la imaginación y de las fuerzas irracionales del espíritu. El Neoclasicismo que proviene del siglo anterior perdura en algunos autores (Bretón de los Herreros); convive en otros con el Romanticismo, en proporción variable (Martínez de la Rosa, Larra); algunos escritores que se iniciaron en el Neoclasicismo, se convirtieron a la nueva moda romántica (Rivas, Espronceda). Por fin, otros fueron, desde sus comienzos, apasionadamente románticos: Gil y Carrasco, Navarro Villoslada, Donoso Cortés, García Gutiérrez, Hartzenbusch, Zorrilla, Gertrudis Gómez de Avellaneda, Carolina Coronado, etc.
• Junto a estos escritores, que toman postura ante el Neoclasicismo o el Romanticismo, hay algunos que se sitúan al margen de ambas escuelas, y pretenden realizar una literatura castiza, enraizada en la tradición del Siglo de Oro. Son los costumbristas Mesonero y Estébanez.
• El apogeo romántico, como veremos, fue muy breve. La segunda mitad del siglo está dominada por el Realismo, de signo objetivista (frente al subjetivismo anterior), si bien el Romanticismo rebrota en algunos poetas (Bécquer, Rosalía de Castro), e informa, más o menos modificado, el quehacer de novelistas y dramaturgos ("Fernán Caballero”, Alarcón, Echegaray).


EL ROMANTICISMO
Con la palabra Romanticismo (es adaptación del francés Romantícísme. creada por Stendhal, en 1823, el cual la forjó apoyándose en e! adjetivo romantíque. Este significaba, en francés, durante los siglos XVII y XVIII, 'novelesco'; pero hacia 1775 se contagió del significado del inglés romantíc, 'pintoresco, sentimental'. Hacia 1800 sufrió otro nuevo contagio: el del alemán romantísch con que se calificaba a los partidarios de las doctrinas anticlásicas de Schlegel. Fue esta acepción de 'anticlásico' la que triunfó en francés, y con ella se adaptó en España el término a mediados del siglo XIX. Para las acepciones anteriores, de romantíque, se usaban entre nosotros los términos romanesco y romancesco. ) se alude a un movimiento cultural y político que tuvo su apogeo en la primera mitad del siglo XIX, y que afectó a España como al resto de los países europeos y americanos, bajo el influjo inicial del pensador francés Rousseau (1712-1778) y del gran poeta alemán Goethe (1749-1832), exaltadores del sentimiento frente a la razón que había inspirado a los neoclásicos.
Los románticos se lanzan, pues, a conseguir obras menos "perfectas”, menos "regulares”, pero más profundas, más íntimas y sugestivas, más cordiales. Indagan lo ignoto y misterioso e imponen completamente los derechos del sentimiento. Su consigna es la libertad en todos los órdenes de la vida.


ROMANTICISMO TRADICIONAL Y ROMANTICISMO LIBERAL
Aplicada la consigna de libertad a la política, unos la entendieron como una simple restauración de los valores ideológicos, patrióticos y religiosos que habían deseado anular los racionalistas dieciochescos. Exaltan así el Cristianismo, el Trono y la Patria, como valores supremos. En esta línea de Romanticismo tradicional, se insertan los hermanos Schlegel y Novalis, en Alemania; Walter Scott, en Inglaterra; Chateaubriand, en Francia; y Böhl de Faber, Navarro Villoslada, Rivas, Pastor Díaz y Zorrilla, en España.
Por el contrario, otros románticos identifican libertad con destrucción del orden vigente, en religión, arte y política. Afirman exageradamente los derechos del individuo frente a la sociedad y a las normas, que combaten sin tregua. Representan esta tendencia de Romanticismo liberal o revolucionario, el inglés lord Byron, los franceses Víctor Hugo, Alejandro Dumas y Alfred de Vigny, y el español Espronceda.



CARACTERES DEL ROMANTICISMO
Ambos tipos de Romanticismo fueron, pues, antagónicos; y no es lícito definir este movimiento como si fuera algo perfectamente homogéneo. Sin embargo, dentro de su diversidad, hay algunas características comunes a todas las manifestaciones románticas, que pueden enunciarse así:
Aversión al Neoclasicismo. En general, todos los románticos fueron hostiles al Neoclasicismo. Frente al rigor con que, en el siglo anterior, se observaron las reglas, los románticos mezclan los géneros (muchas obras están escritas en prosa y en verso; dentro de un mismo poema, se varían los metros; en el teatro se desprecian las famosas unidades de lugar, de tiempo y de acción; y tanto en ese género, como en la novela -conforme a la tradición española- alternan lo cómico y lo dramático.
Subjetivismo. Protagonista de todas las obras románticas, cualquiera que sea su género, es el alma exaltada del autor, que vierte en ellas sus sentimientos de insatisfacción ante un mundo que limita y frena el vuelo de sus ansias tanto en el amor, como en el orden social, en el fervor patriótico, etc. Y frente a los neoclásicos, apenas interesados por el paisaje, los románticos hacen que la Naturaleza se incorpore a sus estados de ánimo, y que se muestre melancólica, desalentada, tétrica, turbulenta, según los casos. El choque entre los anhelos desmesurados del romántico -amor apasionado, ansia de felicidad, posesión de lo infinito- y la realidad, produce en él descorazonamiento, y el suicidio, conforme al modelo del Werther de Goethe, fue la solución que algunos adoptaron, como nuestro Larra.
Fuga del mundo que los rodea. Otros se evaden de sus circunstancias, evocando o imaginando épocas pretéritas en que triunfaban sus ideales o inspirándose en lo exótico. Se refugian, pues, en la contemplación de la Historia medieval y moderna. El mundo para ellos es una realidad cambiante, en que están a punto siempre de lograrse formas satisfactorias de vida, nunca alcanzadas. Frente a los neoclásicos, admiradores como sabemos de la Antigüedad grecolatina, los románticos prefieren la Edad Media y el Renacimiento; y cultivan, como géneros más frecuentes, la novela, la leyenda y el drama históricos, ambientados en esas épocas.
Amor a la Naturaleza. Frente a la sociedad urbana, oprimida por los convencionalismos y opresora a la vez, los románticos aman la Naturaleza y prestan atención admirativa a quienes más cerca viven de ella, a la gente rural, que idealizan.
Atracción de lo nocturno y sepulcral. Los románticos gustan de poner a sus sentimientos dolientes y defraudados, ambientes melancólicos o misteriosos: ruinas, la noche que encubre zozobras, cementerios... Del mismo modo, les seduce lo sobrenatural: milagros, aparecidos, visiones de ultratumba, lo diabólico y brujeril...


ESPAÑA, PAÍS ROMÁNTICO
Los románticos europeos descubrieron que muchos de los ideales defendidos por ellos se realizaban en España, en su literatura, en su historia y en su arte. De ahí que las principales figuras del incipiente Romanticismo inglés, alemán o francés, exaltaran, estudiaran o imitaran lo español, y que España se convirtiera -cuando el Romanticismo no ha comenzado aún entre nosotros- en bandera de la nueva escuela.
España influyó, pues, en la constitución del movimiento romántico europeo, con el ejemplo del Romancero, que fue muy traducido, leído e imitado, del Quijote, y del «desarreglado» teatro áureo, en los que se reconocieron ejemplos geniales de libertad de invención, de pasión y de fantasía, valores que las nuevas generaciones deseaban hacer triunfar.
Por otra parte, los escritores, pintores y grabadores que visitaban España hallaban una inspiración muy a la moda en sus viejas ciudades, en sus paisajes agrestes y en las ruinas de sus templos y monasterios.


PRIMERAS MANIFESTACIONES DEL ROMANTICISMO
El Romanticismo penetra en nuestra patria por Andalucía (controversia Böhl-Mora), y por Cataluña (El Europeo).
A) La polémica Böhl-Mora. El cónsul alemán en Cádiz, Juan Nicolás Böhl de Faber, padre de la novelista «Fernán Caballero», publicó muy tempranamente, entre 1818 y 1819, en el Diario Mercantil de aquella ciudad, una serie de artículos, defendiendo el teatro español del Siglo de Oro, atacado por los neoclasicistas. Partícipe del mismo entusiasmo que sus compatriotas los hermanos Schlegel, su defensa fue un pórtico por el que entró el Romanticismo en España.
Lo rebatió, en revistas de Madrid, el escritor gaditano José Joaquín de Mora (1783-1854), a quien apoyó Antonio Alcalá Galiano. Las ideas de Böhl, apoyadas en supuestos antiliberales, tradicionalistas y absolutistas, le parecen inaceptables. A pesar de que el cónsul alemán representaba la modernidad literaria europea, lo juzgan reaccionario. Y, por ello, lo combaten, aferrados aún a la ilustración dieciochesca, en la que simboliza el progresismo liberal, entonces combatido por el poder.
B) El Europeo. Fue publicada esta revista en Barcelona (1823-1824), por dos redactores italianos, un inglés y los jóvenes catalanes Buenaventura Carlos Aribau y Ramón López Soler. Defendió el Romanticismo moderado y tradicionalista al modo de Böhl, negando totalmente los valores del Neoclasicismo. Y contribuyó a popularizar los nombres y las obras de los principales románticos europeos.


LA EMIGRACIÓN DE 1823
Al cerrarse el breve paréntesis liberal (1820-1823), varios centenares de españoles se vieron obligados a emigrar, perseguidos por Fernando VII. Los escritores exiliados -Martínez de la Rosa, Mora, Alcalá Galiano, Ángel Saavedra, Espronceda, etc.- marchan de España imbuidos de espíritu neoclásico, pero toman contacto en Europa con las ideas románticas en su versión tradicionalista o revolucionaria, según sus inclinaciones.
Pronto ven en ellas una fórmula útil para vivificar, con espíritu moderno, la vida cultural y política de España. Y así, alimentando esperanzas y formulando proyectos, estos españoles se mantuvieron en el destierro hasta 1833, fecha en que inician su regreso.


AMBIENTE ROMÁNTICO EN ESPAÑA, ANTES DE 1833
La durísima censura impuesta por el ministro Calomarde, no impidió en España la circulación más o menos clandestina de los libros de Chateaubriand, Walter Scott, Byron y otros románticos.
Los jóvenes escritores se van impregnando de estas lecturas, y las comentan en tertulias que se reúnen en las principales ciudades españolas. La más célebre de todas fue la del famoso Parnasillo, que se celebraba en Madrid, en el Café del Príncipe, -“solar del Romanticismo castellano" se le ha llamado-, y a la que, desde 1830, acudían Larra y otros escritores. Allí, según evocaba uno de los contertulios, "¡qué bellos sueños de libertad, qué reñidas polémicas de literatura agitaban nuestras cabezas y nuestros corazones!".


TRIUNFO Y CRISIS DEL ROMANTICISMO EN ESPAÑA
Cuando los emigrados regresan, en las postrimerías del reinado de Fernando VII y comienzos del de su hija, hallan, pues, un ambiente bastante favorable para el triunfo de las ideas románticas. Contribuyó a él la apertura de signo liberal con que se inició el gobierno de Isabel II.
Hacia 1835, el Romanticismo alcanza su mayor apogeo en nuestra patria. Pero su victoria no fue total, pues, como sabemos, hubo escritores que no se le rindieron. Todavía, en 1839, se seguía defendiendo, en el Ateneo madrileño, el valor de las unidades dramáticas.
Este apogeo fue corto; entre 1835 y 1840, va imponiéndose un espíritu moderado y ecléctico, en el que acaba disolviéndose la furia romántica. Además, el objetivismo no había sido completamente vencido, y vino a reforzado, hacia 1840, otra moda literaria surgida en Francia, el Realismo, basado en los ambientes contemporáneos.
La burguesía isabelina no constituía un ambiente propicio para el idealismo romántico. Con todo, este no había pasado en vano; algunos géneros típicamente románticos llegarán casi hasta nuestros días -hoy renace la novela histórica- y el subjetivismo impuesto a la lírica, será una lección ya nunca olvidada por la poesía europea.


CARACTERES DE LA POESÍA ROMÁNTICA
Los poetas románticos crean el poema en trance de arrebato, volcando cuanto sienten y piensan, sin ninguna autocrítica que retenga impurezas. Consiguen con ello momentos de sincero y auténtico lirismo; pero, como contrapartida, caen a veces en lo vulgar, en lo prosaico, en lo oratorio.
Sus tonos más frecuentes son la melancolía, la exaltación, la protesta y el hastío.
Cantan su intimidad amorosa, o, según dijimos, se inspiran en temas históricos, legendarios y exóticos.
Merodean por los alrededores del misterio, atraídos por él. Se rebelan, a veces, contra las normas sociales y contra la vida misma. Sus valores preferidos son la gallardía, el valor, la disidencia. Proclaman su pesimismo, y gesticulan exhibiendo un ánimo desalentado. Los ámbitos en que suelen moverse son la noche, los lugares apartados, los cementerios, el mar embravecido, la tormenta. Desde el punto de vista formal, si los neoclásicos aspiraban a que el poema tuviera la fría tersura del mármol, los líricos románticos, raptados por la emoción, quieren que sus versos sean íntimos, cordiales o que resuenen estrepitosamente con ritmos muy marcados. Sus poemas tienen a veces gran variedad de metros. Y emplean estrofas casi olvidadas entonces -así, el romance- o inventan otras. Algunos escritores que vamos a estudiar, aunque también cultivaran otros géneros, deben su fama a su condición de líricos.


JOSÉ DE ESPRONCEDA
Nació e! año 1808, en Pajares de la Vega, cerca de Almendralejo (Badajoz). Fundó, con otros mozalbetes, la sociedad secreta Los numantinos, en cuyos fines entraba «derribar el gobierno absoluto»; sufrió reclusión de algunas semanas por ello. A los dieciocho años, huye a Lisboa, a unirse con los exiliados liberales y conoce allí a Teresa Mancha, con la que vivió en Londres, hasta que, tras una actuación política agitada, volvió a España en 1833. Espronceda lleva aquí una vida disipada, llena de aventuras y lances. Teresa lo abandona (1838), dejándole una niña de dos años. La desesperación no le impidió continuar con su vida política y aventurera. Se disponía a casarse con otra amada, cuando murió en Madrid, en 1842.


OBRAS NO LÍRICAS
Cultivó Espronceda los principales géneros literarios. Su primera obra fue un poema épico en octavas, El Pelayo, que revela su formación neoclásica. Escribió también una grata y desorganizada novela histórica, Sancho Saldaña o El castellano de Cuéllar (1834), género que había puesto de moda el británico Walter Scott. Escribió mediocres obras teatrales; la más recordable es el drama en verso Blanca de Borbón (1838), que no llegó a estrenarse.


POESÍA
Tras volver del exilio, publicó Poesías (1840), colección desigual que acoge poemas juveniles, de aire neoclásico, junto a otros de rabioso corte romántico. Son estos los más importantes; en ellos, exalta tipos marginales: Canción del pirata, El mendigo, El verdugo, Canto del cosaco; protesta contra la sociedad El reo de muerte; o A Jarifa en una orgía, muestra perfecta de los anhelos ardientes de un romántico, que chocan con la realidad y lo sumen en la desesperación:
palpé la realidad, y odié la vida;
solo en la paz de los sepulcros creo.
Pero las obras poéticas más importantes que compuso son El estudiante de Salamanca y El diablo mundo.
- El estudiante de Salamanca (1839) consta de cerca de dos mil versos polimétricos, es decir, de diferentes medidas, distribuidos en cuatro cantos, y narra los crímenes e impiedades de don Félix de Montemar, cuya amada Elvira, abandonada por él, muere de amor. Una noche, se le aparece; él persigue la aparición por las calles, y contempla su propio entierro. En la mansión de los muertos, se desposa con el esqueleto de Elvira, y muere sin contrición.
- El diablo mundo. Frente a la cerrada unidad del anterior poema, este es disperso y quedó sin terminar. Fue publicándolo en cuadernillos, a partir de 1840. Consta lo escrito de 8100 versos polimétricos, repartidos en una introducción y siete cantos. Pretendía ser una epopeya de la vida humana. Es admirable el canto séptimo, Canto a Teresa, en que el poeta evoca sus primeras horas de amor, a las que siguieron la decepción, la ruptura y la muerte de su amada. Una mezcla de ternura, desfachatez y satanismo hace de estos versos la más emotiva y extraña elegía de nuestra literatura.


OTROS LÍRICOS ROMÁNTICOS
En el corto fulgor de la lírica romántica, surgieron otros poetas notables como fueron:
Juan Arolas, barcelonés (1805-1843); fue escolapio. Publicó multitud de poemas, con gran variedad de temas, en que demuestra un talento poco profundo, pero brillante y sensual; hoy se recuerdan, sobre todo, sus refinados poemas orientales.
Nicomedes Pastor Díaz, nacido el año 1811 en Vivero (Lugo). Fue diputado, ministro y académico de la Española. Murió en Madrid, en 1863. Defendió siempre ideas católicas y tradicionales, en sus Poesías (1840), con un temperamento extrañamente pesimista. Consagra algunos poemas a rememorar paisajes o monumentos españoles como El acueducto de Segovia o Al Eresma. Puso mucha esperanza en su libro en prosa De Villahermosa a la China (1845-1858), con bellas descripciones de Galicia pero escasa acción; hoy se lee con fatiga.
Gertrudis G6mez de Avellaneda. Nacida en Cuba en 1814, vino a España a los veintidós años. Marcada por un destino romántico, su vida amorosa fue un continuo fracaso. Pero triunfó en la alta sociedad de Madrid, ciudad donde murió en 1873. Publicó algunas novelas, como Sab, que conserva su interés por las descripciones de ambientes y costumbres de Cuba. Obtuvo grandes éxitos en el teatro, con dramas históricos a la moda, como Alfonso Munio y Recaredo (1850). Pero destacó, sobre todo, como lírica. Su inspiración oscila entre el amor humano, sentido como anhelo y tormento (así, en sus poemas Amor y orgullo, A él), Y el amor divino, donde se aproxima a la mística (La Cruz, La plegaria de la Virgen).
El barcelonés Pablo Piferrer (1818-1848) cultivó sólo la lengua castellana. Fue uno de los iniciadores del movimiento romántico en Cataluña y su lírica, muy me1odiosa, es muy escasa; sólo se conservan de él siete poemas. El más famoso de todos es el titulado Canción de la primavera.
Carolina Coronado. Paisana de Espronceda (nació en Almendralejo, 1823), pasó su niñez en el campo extremeño y muy joven se reveló poeta. Casada con un diplomático norteamericano, vivió algún tiempo en países extranjeros. Varias desgracias familiares le hicieron buscar la soledad cerca de Lisboa, donde murió (1911). La pieza maestra de sus Poesías (1852) y uno de los mejores poemas románticos, es el titulado El amor de los amores.


LA PROSA. UN ALUD DE TRADUCCIONES
Durante el Romanticismo, existe un deseo inmoderado de ficción literaria, de novela, de contacto con la aventura y el misterio. Siendo escasa la producción española, se apeló a traducir novelas extranjeras. Fueron más de mil las que circularon en España antes de 1850, pertenecientes a autores como Chateaubriand, James Fenimore Cooper, George Sand, Walter Scott, Alejandro Dumas, Víctor Hugo, etc., ya los géneros en boga: históricas, sentimentales, de aventuras, galantes, folletinescas...
La prosa nacional se limitó, en lo narrativo, a unas cuantas novelas históricas y, en lo descriptivo, al cultivo intenso del costumbrismo.
Enrique Gil y Carrasco (Villafranca del Bierzo, 1815-Berlín, 1846). Abogado y diplomático, fue poeta exquisito y cultivó también el costumbrismo. Pero su obra más famosa, la mejor de las novelas históricas españolas, escrita a imitación de Walter Scott, es El señor de Bembibre.
El navarro Francisco Navarro Villoslada (1818-1895) compone una serie de novelas históricas cuando este típico género romántico se halla ya en declive y ha empezado el auge del Realismo con sus novelas de tema contemporáneo. Posee indudable habilidad para infundir verdad en sus evocaciones de tiempos medievales y se inspira en tradiciones vascas, como ocurre en su obra más conocida Amaya, o los vascos en el siglo VIII (1877); su tema es la unión de vascos y visigodos para luchar contra la invasión musulmana.
Escribieron también novelas históricas Larra, Espronceda, Estébanez Calderón y Martínez de la Rosa; a ellos aludiremos en el lugar oportuno.


EL COSTUMBRISMO
En el medio siglo que transcurre entre 1820 y 1870, aproximadamente, se desarrolla la literatura costumbrista. Se manifiesta en el llamado cuadro de costumbres, que suele ser un artículo en prosa, de poca extensión; prescinde de todo argumento o lo reduce a un esbozo, limitándose a pintar un cuadro colorista que refleja con donaire el modo de vida de la época, una costumbre popular o un tipo humano representativo. Algunas veces estos artículos o cuadros de costumbres -como en el caso de Larra- poseen un fuerte carácter satírico.
El costumbrismo -inducido por la afición francesa a este género- responde al deseo romántico de exaltar lo distinto, extraño y peculiar. Y sus textos no exigían ser extensos, se publicaban fácilmente en los periódicos y contribuían a exaltar -los extranjeros lo habían descubierto- el fuerte carácter romántico de nuestro país. Se publicaron millares de artículos costumbristas.


COSTUMBRISMO Y NOVELA
El costumbrismo obstaculizó el desarrollo de la novela en España, ya que en este género predominan la narración y los caracteres individuales, mientras que el cuadro de costumbres queda en simple descripción, y sus personajes son tipos genéricos (el torero, el aguador, la castañera...).
Fue mérito indiscutible de «Fernán Caballero» (1796-1877), como veremos, el pasar de este costumbrismo pintoresco, a la novela de costumbres contemporáneas, si bien en un grado incipiente.
A pesar de su origen extranjero, el género desempeñó la misión de ofrecer una prosa castiza, de inspiración nacional, satirizar formas de vida afrancesada, presentando con cariño tipos y formas de vida que, durante el siglo XVIII, se creyeron carentes de interés literario. Por otra parte, su idioma hizo frente al alud de extranjerismos que lo anegaban.


RAMÓN DE MESONERO ROMANOS, “EL CURIOSO PARLANTE
Este famoso costumbrista nació y murió en Madrid (1803-1882), cuyo pasado estudió. Perteneció a la Academia Española (1838) y fue pacífico burgués, antirromántico y buen observador de la vida de alrededor. Popularizó el seudónimo de El Curioso Parlante.
Cultivó sobre todo el costumbrismo, pero escribió sus famosas Memorias de un setentón, viva evocación de personas y sucesos que conoció entre 1808 y 1850. Reunió sus cuadros de costumbres en los volúmenes Panorama matritense y Escenas matritenses, y entre los más recordados figuran La calle de Toledo, Las ferias, El día de toros, El Romanticismo y los románticos, etc. Intentó con poco éxito escribir novelas: como hemos dicho, era quehacer reservado a “Femán Caballero”. Poseyó agudeza ecuánime para observar a su alrededor, y un dominio castizo del lenguaje.


MARIANO JOSÉ DE LARRA, “FÍGARO”
Este importante escritor nació en Madrid en 1809. Estudió en Burdeos (su padre, liberal, se había expatriado); vuelto a España, prosiguió su formación en Madrid, Corella, Valladolid y Valencia. A los diecisiete años opta por dedicarse solo a la literatura. Su fama como articulista crece rápidamente. En 1829, contrae matrimonio; pero se separó pronto de su esposa. En 1832, funda la revista El Pobrecito Hablador, y fija sus planes: “Reírnos de las ridiculeces: esta es nuestra divisa; ser leídos: este es nuestro objetivo; decir la verdad: este es nuestro medio”. Su firma adquiere la máxima cotización periodística. Por causa de unos amores ilícitos, quizá el desdén de su amada, se dio muerte de un pistoletazo en 1837. Su carácter lo hizo poco agradable; Mesonero, que fue su amigo, habla de “su innata mordacidad, que tan pocas simpatías le acarreaba”; pero se imponía por su talento.


OBRA NO PERIODÍSTICA
Larra debe su celebridad a los trabajos periodísticos, como vamos a ver, pero cultivó otros géneros literarios. Así, la poesía, siguiendo cauces neoclásicos, de tipo satírico como la Sátira contra los vicios de la corte. E intentó el triunfo en el teatro adaptando del francés No más mostrador, y con una tragedia histórica, Macías.
Este personaje (un trovador gallego a quien dio muerte un marido celoso) es también protagonista de su única novela, El doncel de don Enrique el Doliente, que es una de las mejores novelas históricas españolas. El autor, a la manera romántica, se identifica con aquel poeta del siglo XV que, como él, amó a una mujer casada.


ARTÍCULOS PERIODÍSTICOS
Escribió más de doscientos artículos, en que se funda su fama, firmándolos con diversos seudónimos: Andrés Niporesas, El Pobrecito Hablador y Fígaro, que es el más conocido. Tales trabajos suelen dividirse en tres grupos: de costumbres, de tema literario y de tema político.
En los artículos costumbristas, no es un observador ecuánime, como Mesonero; su mirada penetra con acerada ironía y con sarcasmo en la vida española. Le mueve una patriótica intención educadora; siente insatisfacción y dolor por la patria imperfecta, heredando la postura de Cadalso (siglo XVIII), y se adelanta a la que mantendrán los escritores del 98. Sus reproches son exactos, pero, a veces, heridores de tono. Destacan, en este grupo, los artículos Corridas de toros (contra el suplicio de estos animales por "dos docenas de fieras disfrazadas de hombres”), El casarse pronto y mal (con experiencias autobiográficas), El castellano viejo (contra la campechanía grosera), Vuelva usted mañana (sátira de las oficinas públicas), etc.
Artículos literarios. Si en su vida y en sus ideas políticas fue Larra un romántico exaltado, su educación francesa le impidió romper del todo con los supuestos literarios neoclásicos (elogió a Moratín); escribió, sin embargo, críticas ecuánimes sobre obras románticas de su tiempo, si bien con reservas cuando no observaban las unidades de lugar, tiempo y acción.
Artículos políticos. Larra, educado en Francia, como hemos dicho, mantuvo una ideología liberal y progresista con artículos políticos, hostiles por igual al absolutismo y al carlismo. En algunos, se leen frases de clara estirpe revolucionaria, como esta: "Asesinatos por asesinatos, ya que los ha de haber, estoy por los del pueblo».


FAMA PÓSTUMA
Larra, olvidado durante algunos años, conoció una entusiasta rehabilitación a principios del siglo XX. En 1901, “Azorín” y Pío Baroja (escritores de la generación del 98) presiden el homenaje que algunos escritores le rinden en el cementerio de San Nicolás; el primero lo proclama “maestro de la presente juventud”. En 1902, sus restos fueron trasladados, con los de Espronceda y el pintor Rosales, al Panteón de Hombres Ilustres de San Justo. y la célebre tertulia que, en el café Pombo, presidía Ramón Gómez de la Serna desde 1913, reservó siempre, simbólicamente, un asiento para Larra.
El cual está considerado como uno de los máximos escritores españoles. Sus principales valores son la ironía y el rigor. Y lo más duradero de su obra, los artículos de costumbres, en que pone el dedo en la llaga de inveterados males nacionales. Su visión de España encierra una gran lección de amor, presentada con tintes desalentados y amargos.


SERAFÍN ESTÉBANEZ CALDERÓN, “EL SOLITARIO”
Malagueño (1799), desempeñó altos cargos políticos. Liberal en su juventud, evolucionó hacia una postura conservadora. Fue notable arabista, y murió en Madrid en 1867. Publicó un libro de Poesías y, entre otras obras en prosa, una novela histórica, Cristianos y moriscos.
Pero su libro más famoso es el conjunto de cuadros de costumbres titulado Escenas andaluzas (1848). Son páginas castizas y luminosas, con tipos populares -flamencos, “bailaoras”, bachilleres, toreros... - y estampas llenas de color: ferias, romerías, bailes, etc., entre las que destacan El bolero, Los filósofos del figón, La feria de Mairena y Un baile en Triana. Son páginas llenas de simpático ingenio y brillantez.


EL TEATRO EN LA ÉPOCA ROMÁNTICA


TRIUNFO DEL ROMANTICISMO EN EL TEATRO
El teatro neoclásico no logró calar en los gustos españoles. A comienzos del siglo XlX, seguían aplaudiéndose las obras del Siglo de Oro que, en general, toleraba la censura. Aquel teatro, repudiado por los neoclásicos, atraía fuera de nuestras fronteras, precisamente por no sujetarse a reglas, ser apasionado, brillante, lleno de extrañas peripecias, y contar con acciones variadas que solo llegaban a confluir en los desenlaces. Como es natural, los jóvenes autores españoles contaron con esta tradición nacional para adherirse al Romanticismo. En definitiva, este suponía una rehabilitación de lo propio. Y así, en pocos años, entre 1835 (Don Álvaro) y 1844 (Don Juan Tenorio), se producen los mayores éxitos del Romanticismo teatral; su perduración será más larga que la del género lírico.


CARACTERES DEL DRAMA ROMÁNTICO
En cuanto a los temas, los románticos prefieren los asuntos legendarios, caballerescos, aventureros, o históricos nacionales. Aspirando a que el drama posea la vistosidad y complicación de un tapiz, los argumentos no constan de una sola acción (hay acciones paralelas), violan las tres unidades y mezclan lo cómico y lo dramático. El drama suele tener cinco actos, en verso -con mucha variación de metros- o en prosa y verso mezclados.
Y en cuanto a los fines, el teatro romántico no aspira a aleccionar (como intentaban los neoclásicos) sino a conmover. Los protagonistas son seres marcados por un destino extraño y singular, frente al tipo de comedia moratiniana, aún vigente, burguesa y tranquila, ahora continuada por Bretón de los Herreros.
De acuerdo con lo ya dicho en los dramas románticos, abundan las escenas nocturnas y sepulcrales, desafíos, personajes encubiertos y misteriosos, suicidios, alardes de gallardía o de cinismo. Y todo acontece vertiginosamente.


UN ESCRITOR DE TRANSICIÓN: MARTÍNEZ DE LA ROSA
Francisco Martínez de la Rosa (1787-1862) nació en Granada. Como político, intervino activamente en las Cortes de Cádiz. Por sus ideas liberales, sufrió prisión; emigró a Francia y, vuelto a España, es nombrado jefe del Gobierno (1833). Su política -de justo medio- naufragó entre los extremismos de derecha y de izquierda. Sus contemporáneos le aplicaron el estúpido mote de «Rosita la pastelera”, como si en política solo hubiera practicado un eclectismo oportunista, y no hubiese padecido cárcel, destierro y atentados en su lucha por la libertad.
Escribió sus primeras comedias bajo el influjo de Moratín, y observancia neoclásica La niña en casa y la madre en la máscara). Con una fórmula conciliatoria (era su carácter; y así afirma: «en medio de la guerra encarnizada que mantienen en el día los dos campos literarios opuestos [clásicos y románticos], creo que... la verdad está en un justo medio)", introduce en ese esquema elementos románticos. Según él, el “justo medio" consistía en tratar temas históricos nacionales, como querían los románticos; y en aceptar solo la necesidad de la unidad de acción, sometiéndose menos rígidamente a las de lugar y tiempo.
Ajustándose a este marco, que ya no es clásico ni romántico todavía, escribe sus dos obras mejores, en 1830: Aben Humeya y La conjuración de Venecia. Esta contiene escenas sepulcrales, personajes misteriosos, locura, sentimentalismo, cantos a la libertad, etc.



ÁNGEL SAAVEDRA, DUQUE DE RIVAS
Ángel de Saavedra y Ramírez de Baquedano (1791-1865) fue cordobés. Luchó contra la invasión francesa, y, en política, actuó como progresista exaltado; por ello, se le condenó a muerte, pero logró escapar. Conoció en Malta a un eminente crítico inglés, que le hizo estimar nuestro teatro clásico y lo convirtió al Romanticismo. Vivió en Francia y regresó a Madrid en 1834, tras diez años de destierro. Hereda el ducado de Rivas; y si salió de España neoclásico y liberal, ahora es romántico y conservador. Desempeñó importantes cargos públicos y murió en Madrid en 1865.
Como casi todos los escritores de su tiempo, comenzó adoptando una estética neoclásica en los géneros lírico (Poesías, 1814) y dramático (Lanuza, 1822). Su progresiva incorporación al Romanticismo puede advertirse en poemas como El desterrado y, sobre todo, en El moro expósito, y en el famoso drama Don Álvaro o la fuerza del sino. Este se estrenó en 1835, en el madrileño teatro del Príncipe, ante unos 1300 asistentes, que presenciaron el primer drama romántico español; trata de las aventuras de un indiano que provoca el mal involuntariamente, a quien la desgracia persigue hasta en el convento a que se ha acogido para hacer penitencia, y que acaba suicidándose entre el fulgor de los relámpagos. El público quedó desconcertado. Produjeron perplejidad la mezcla del verso y la prosa; la introducción de muy bellas escenas costumbristas en una trama violentamente pasional: la convivencia de personajes nobles con arrieros, venteros y gente de baja condición; las casualidades, las pasiones contrarias a la moral dominante, los desafíos, las tormentas, el patetismo del final en que el protagonista muera clamando “¡Misericordia Señor, misericordia!". Fueron más los siseos que los aplausos, y la crítica fue hostil. Pero sirvió de brecha para que otros escritores hicieran triunfar el gusto romántico en el teatro.
En 1841, Rivas publica los Romances históricos, género bien romántico, que son, con Don Álvaro, los pilares de su fama. Destaca, entre ellos, Un castellano leal, al que luego aludiremos. Y escribió después algunas Leyendas, como El aniversario, que narra cómo la población de Badajoz, dividida en dos bandos, no asiste a una misa conmemorativa de la reconquista de la ciudad; y los esqueletos de los reconquistadores ocupan los bancos.


ANTONIO GARCÍA GUTIÉRREZ
De familia artesana, nació en Chiclana (Cádiz), en 1813. Se dedicó a las letras; y, falto de recursos, se alistó en el ejército. Al estrenar El trovador (1836), el público, entusiasmado, le obligó a saludar desde el escenario, instaurando así una costumbre vigente en Francia. Nuevos éxitos lo libraron de la penuria económica. Al estallar la “Gloriosa”, se sumó a los revolucionarios, con un himno contra los Borbones que alcanzó gran popularidad. Murió en Madrid (1884).
Publicó libros de versos, pero debe su renombre al drama romántico El trovador. El público del teatro del Príncipe, que había asistido perplejo al estreno de Don Álvaro, se rendía un año después ante este joven soldado de veintitrés años, que, pálido y confuso, embutido en una levita prestada atropelladamente por su amigo Ventura de la Vega, recibía unánimes aclamaciones. El Romanticismo había triunfado, por fin, en el teatro español. Su argumento es novelesco, e inverosímil, pero valiente, y poseen belleza emotiva muchas escenas, dramáticas y tiernas. Pero, en los últimos años de su vida, sus obras dejaron de interesar: la moda -realista ahora- había cambiado, y los nombres vigentes eran, sobre todo, Tamayo y Echegaray.


JUAN EUGENIO HARTZENBUSCH
Hijo de un ebanista alemán y de madre andaluza, nació en Madrid en 1806. Ejerció la profesión paterna, aunque su vocación era la literatura. El éxito que obtuvo con Los amantes de Teruel (1837) lo impulsó a continuar este camino. A fuerza de estudio y trabajo, llegó a académico (años antes, había aspirado a ser conserje de esa Corporación) y a director de la Biblioteca Nacional. Murió en Madrid (1880).
Compuso cuentos, poemas y artículos de costumbres, pero su nombre merece ser recordado, sobre todo, como escritor teatral. En el mismo teatro del Príncipe, escenario del gran triunfo de El trovador, estrenó en 1837 el drama Los amantes de Teruel, que fue acogido con vítores y bravos. La leyenda de Diego Marsilla (que marcha a buscar fortuna para poder casarse con Isabel de Segura, dentro de un plazo fijado, y que vuelve cuando ella, transcurrido el plazo, acaba de casarse con otro; ambos jóvenes mueren de amor), había sido ya tratada por otros autores del Siglo de Oro. Pero el nuevo drama -escrito en prosa y verso- era superior, por la vehemencia de las pasiones, la complejidad de la trama y lo bien trazado de los personajes. En esta y en sus restantes obras, supera a los demás románticos en la creación de caracteres, cualidad notable y rara cuando el teatro se fundaba en lo aventurero y en la bizarría de los personajes.


JOSÉ ZORRILLA
Nació en Valladolid en 1817. Inició los estudios de leyes, pero los abandonó para dedicarse a la poesía. En el entierro de Larra (1837), leyó unos versos emocionados que ganaron para él una fama que no hará sino crecer. Su matrimonio con una viuda dieciséis años mayor que él, fracasó, y huyendo de ella, marcha a Francia y, después, a Méjico (1855), donde el emperador Maximiliano lo nombró director del Teatro Nacional. Al regresar a España (1866) fue acogido con entusiasmo y honores. Volvió a casarse y, siempre escaso de dinero, tenía que malvender sus obras (así, el Tenorio). Las Cortes le otorgaron una pensión, en 1886. Murió en Madrid en 1893.


SU OBRA
Zorrilla asume los caracteres del Romanticismo en su vertiente tradicional. Su vida fue un culto permanente a los ideales de Religión y de Patria. Y escribió millares de versos, solicitado por un público que veía en aquel narrador de leyendas hispanas, de milagros, de dramas gallardos, al verdadero poeta nacional. De ahí que su obra, muy extensa, posea bellezas abundantes y también estrepitosos fallos. Su poesía alcanza sus momentos más felices cuando narra sucesos extraordinarios, o prodigios y leyendas.


LAS LEYENDAS
Son lo mejor de su obra; consisten en pequeños dramas contados como narraciones en verso; inversamente, sus dramas son leyendas dialogadas, coloreadas a menudo con rasgos líricos. En esta fusión de lo lírico, lo épico y lo dramático reside lo peculiar y distintivo de Zorrilla. Las más importantes de sus leyendas son Margarita la Tornera y A buen juez, mejor testigo. La primera narra un tema medieval: la Virgen suple a una monja que ha escapado con su galán, y ha vuelto arrepentida. Mejor es A buen juez, mejor testigo, versión de una leyenda toledana, según la cual, el Cristo de la Vega, descolgando una mano de la cruz, testifica que Diego Martínez, aunque ahora lo niega, había jurado casarse con Inés de Vargas cuando volviera de la guerra de Flandes.



OBRAS DRAMÁTICAS DE ZORRILLA
Estrenó innumerables dramas, y entre sus títulos principales figuran: El zapatero y el rey, sobre la muerte del rey don Pedro; Traidor, inconfeso y mártir, acerca del célebre pastelero de Madrigal, que se hizo pasar por don Sebastián rey de Portugal; pero la más famosa de sus obras, representada aún como un rito en muchas ciudades españolas, a principios de noviembre, es Don Juan Tenorio (1844). En él desarrolla el tema del famoso burlador de Sevilla, tratado por Tirso de Molina (en el siglo XVII) y por otros autores españoles y extranjeros. Es obra desigual, de briosos pasajes y ripios sin cuento; pero es quizá la obra más querida de los españoles, con aquel conjunto de hidalguías, misterios de ultratumba, caprichos, astucias, generosidades y arrepentimientos.


LA COMEDIA EN ESTA ÉPOCA: MANUEL BRETÓN DE LOS HERREROS
Este simpático escritor riojano (1796-1873) inició aún joven su larga carrera teatral. Fue director de la Biblioteca Nacional. Murió en Madrid en 1873 rodeado de honores oficiales; no en vano había escrito, aparte traducciones, ciento tres comedias originales, fieles a su maestro Moratín.
Sus títulos fundamentales son: A la vejez viruelas, Muérete y verás y El pelo de la dehesa. Satirizó el Romanticismo, pero algo del sentimentalismo romántico se filtra en alguna comedia, como en Muérete y verás. El Romanticismo, que había fijado rotundos patrones para el drama trágico, descuidó por completo el género cómico y satírico, y Bretón no tenía más modelo de que echar mano que las cinco comedias de Moratín, cuyo prestigio seguía siendo omnímodo. De ahí que, mientras el drama romántico barre de los escenarios la tragedia neodásica, la comedia, por obra de Bretón, continúe adscrita a las normas de aquella escuela. No obstante, acoge temas, situaciones y tipos nuevos, y aporta un desenfado gracioso en el diálogo. Y el costumbrismo, recién descubierto, le proporcionaba oportunidades que su maestro no conoció. Pero faltó genialidad a este agudo y rezagado neoclásico, que pudo haber dado testimonio de uno de los momentos socialmente más apasionantes de la vida española.


Nuestro teatro - Viento triste (2013)